Elena Poniatowska construye un mural de México a través de crónicas e historias de vidas. Vida propia, vida de los otros, los iguales, los distintos, los nadies y los artistas. En este último y voluminoso libro se remonta a la historia familiar a través de la vida de su ancestro Stanislaw, último rey de Polonia, hace tres siglos. En el relato se agita la cuestión de la identidad y la pertenencia. En contrapunto recoge escenas de su propia vida en Francia y en México. La escritura aparece como un modo de salvación: “Yo escribía antes de que tú me lo pidieras, hubiera escrito, aunque me dijeras que no podía ... me era imposible no escribir, escribiría siempre, iba a escribir contigo o sin ti, no escribir hubiera sido como no vivir, aunque no supiera escribir, mi vida fue y es la de la escritura”.
De Francia a México
La biografía del noble polaco transcurre en una Europa conflictiva donde Polonia es un país dominado por el poder de señores casi feudales y atrapado en las intrigas entre Prusia, Austria, Inglaterra y, sobre todo, Rusia. En su juventud el muchacho acompaña al enviado inglés William Hansbury y se transforma en el amante de Catalina de Rusia participando en los complots para ponerla como emperatriz. De alguna manera se trata de una novela de aprendizaje, la del futuro rey fascinado por la corte rusa, atraído por las ideas de la ilustración que intenta a duras penas su independencia. En contraste la autobiografía de Elena que, 200 años después, se despide de Francia a los diez años para llegar a ser la periodista y la escritora más importante de México. La historia de la “princesa roja” aparece en sus libros donde se refiere a su búsqueda de identidad, al choque entre su país de origen y un México del que acaba enamorada. El libro recorre, en distintas escenas, una larga y fecunda existencia. El desarraigo, las dificultades para obtener una carrera, el duro arribo al periodismo, pero, sobre todo, un episodio que marcó su vida: un embarazo fruto de una violación. Este hecho generó repercusiones que trascendieron el terreno de la ficción, ya que en una entrevista en el diario el Excélsior contó que “El maestro”, estaba inspirado en el escritor Juan José Arreola, fallecido en 2001. En ese reportaje dio a conocer que había sido abusada por el autor y que su hijo mayor, Emmanuel, fue producto de ese episodio.
También se refiere a su casamiento con el astrónomo Guillermo Haro, con quien tuvo dos hijos más. Aparecen las figuras más importantes de la cultura mexicana del siglo XX: Diego Rivera, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Leonora Carrington, Carlos Monsiváis, etc. Su historia se detiene en el presente de sus 92 años.
Memoria doble
Uno de los aciertos del relato es la forma en que la escritora da vida a Stanislaw Augusto Poniatowski, quien vivió entre 1732 y 1798, como protagonista de ficción. Lo incorpora a la historia narrando su agitada existencia como pionero del constitucionalismo moderno y de la lucha por las conquistas sociales, y cuya preocupación primordial fue siempre su pueblo. Esta imagen de hombre sensible socialmente, aún en su desdicha, cobra vida como parte de la historia cultural y familiar. En realidad, la familia de la escritora tanto mexicana como polaca vivía en Francia y ella conoció Polonia en 1966. Llama la atención el manejo de la documentación a la que convierte en materia de la ficción. El libro es una memoria doble, un relato sobre la exploración de una mujer a través de la historia familiar y de una lejana genealogía. En la primera escena el niño Stanislaw siente el torbellino blanco que azota el coche en el que viaja con su madre y pregunta qué es la patria. A los diez años la niña francesa interroga inquieta a su hermana cuál será su país. Quizá el libro sea un modo de contestar esos interrogantes.
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CARMEN PERILLI